El libro ¡Que Viva La Música! de Andrés Caicedo, es un tanto diferente a los otros... Su lenguaje, la yuxtaposición de eventos, la velocidad con que suceden los hechos... Sin embargo, con mensajes claros y directos.
He aquí una recopilación de mis fragmentos favoritos:
No, nosotros éramos imposibles de ignorar, la ola última, la más intensa, la que lleva del bulto bordeando la noche. Cuando llegó fue mágica. [...] digo, no es un proceso corriente tener que acostumbrarse a una noche que siempre llega así, siempre excepcional.Tal costumbre tiene que implicar locura. Por eso somos como somos.
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Pero nosotros no nos íbamos a morir tan rápido. Nadie se preocupaba de compartir inteligencia o profundidad de pensamiento. Yo siempre me supe dotada de un espíritu para la rumba y nada más, y además no me explico a quién se lo saqué. Mi poderosísima energía no frustra a los hombres que no me tienen, porque de tanto mirarme les llega la conciencia de exactamente por qué no me merecen. Mi talento es una fuerza y una gracia de la vida, y es al mismo tiempo el agradecimiento.
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Lo que fue, digamos, un pensamiento tonto, pero que hizo acercármele y hacerme la convencida de que era novio lo que tenía al lado.
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Que rabia, tenemos luna llena pero no la dejan ver las nubes traicioneras.
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Eeeeso, hay que gozar de la vida ahora que somos jóvenes y tenemos tiempo, ya después vamos a morir: es la ley de la existencia y nadie la cambiará.
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Y que lo bailen solos, que los quiero ver zapatiar sin esperanzas: que el ideal de la vida se reduzca a dar un taquito elegante para cerrar pieza, y esperar que coloquen responsable melodía. La rumba está que no puede más.
Y miraba yo los diversos estados de la rumba: el agotamiento, el despropósito, la patanería, los jovencitos que arruinaban su futuro en una noche de excesos. Y en el momento de perder todo valor ante los ojos de la amada exclamaban el himno de los pepos "¡Vale güevo!", para caer, a la media hora, en cualquier rincón presa del arrepentimiento contra el que nadie puede, pero se regodean en buscarlo, en sentirlo, sin saber que eso es lo que produce el cansancio mayor. Los organizadores de la fiesta lo intentaban despertar con toda cortesía, y él abría los ojos insultando al mundo. Entonces le colocaban dos buenas patadas y fuera de allí , mocoso, y él pensaría, como los viejos: "La vida no vale nada", y caminaba tres pasos contradictorios, alcanzaba a proclamarse superior a todo eso antes de caer al lado de un poste pensando: "Le dedicaré mi vida al ajetreoy el desorden será mi amo. Ahora durmamos". Tiniebla profunda del entendimiento. [...] Se despertaría después de albergar, zumbando, el pensamiento de que lo estaban achicharrando al sol. Cuántas veces lo pensó y cuántas veces postergó el momento de la despertada, el horror de lo que no logró olvidarse, la vergüenza de los hechos tan recientes. [...] Dio un brinco, pensando que tal vez su concepto del mundo cambiaría si lo enfrentaba de pie. Fue peor, pues la posición vertical indicaba una asunción y un abismo. Entonces corrió, pues el hombre que sufre [...] se olvida corriendo de su espíritu. La casa de su novia no quedaría a más de dos cuadras. Tocó como un loco en esa puerta recién pintada y despertó a todo el mundo (recién dormido) y pidió los mil perdones a su novia: "Tú lo sabes, efecto de la borrachera".
[...]
Yo seguiré de frente porque la rumba no es como ayer, nadie la puede controlar. Tu enrúmbate y después derrúmbate.
[...]
Muy pronto me tragará esta noche que ha visto nacer mi relato, y no quiero que a todo esto lo apañe el olvido.
[...]
Que te alumbre siempre el sol de la paz y la alegría. Que cuando te le metas a la noche, ella te sonría: eso es lo que te deseo. Yo, por mi parte, tengo poder para vencer.
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